Thursday, April 17, 2008

LA NOCHE BOCA ARRIBA
JULIO CORTAZAR


ANALISIS SIMBOLICO:


Uno de los símbolos que hace relevancia en el cuento es el amuleto protector. Este símbolo maneja muchísimo la creencia de las personas, se cree que llevar un amuleto en el cuerpo ya sea atado, o llevado de alguna forma, en el bolsillo, en la billetera; trae a la existencia de aquella persona, suerte, seguridad y confianza en que todo lo que haga le saldrá bien; es mas en muchos casos, hasta su vida depende de ello, como lo dice Cortázar en su cuento la noche boca arriba, “con el mentón buscó torpemente el contacto con su amuleto, y supo que se lo habían arrancado. Ahora estaba perdido, ninguna plegaria podía salvarlo del final.”
Como vemos, el amuleto es, en muchos casos y en muchas personas la “salvación” o la energía positiva de poder alcanzar aquello imposible y también el camino perfecto para depositar aquella confianza que escasea en nuestros actos; tener la certeza y confianza en si mismos, en nuestra personalidad.
En este cuento el olor es un símbolo que permanece y hace evocar muchas situaciones, como cuando dice, “no se oía nada, pero el miedo seguía allí como el olor, ese inciencio dulzón de la guerra florida.” En este caso el olor es aquello que provoca recuerdos que marcan algún instante o época vivida, el cual hizo en nosotros amella y al sentir aquel olor, nuevamente hace devolver nuestra memoria haciendo vivir de nuevo aquel momento, ya sea placentero o terrible. Y dice también, “como sueño era curioso porque estaba lleno de olores y él nunca soñaba olores. Primero un olor a pantano, ya que a la izquierda de la calzada empezaban las marismas, los tembladerales de donde no volvía nadie. Pero el olor cesó, y en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que se movía huyendo de los aztecas.
También vemos el símbolo de la muerte, esa lucha continua del hombre por sobrevivir, un temor continuo por escapar de ella.
Este símbolo viene reflejado en un pasadizo largo y oscuro, como si fuera ese túnel que viven las personas que ya están a punto de fallecer, dice así, “Cedieron las sogas, y en su lugar lo aferraron manos calientes, duras como el bronce; se sintió alzado, siempre boca arriba, tironeado por los cuatro acolitos que lo llevaban por el pasadizo. Los portadores de antorchas iban adelante, alumbrando vagamente el corredor de paredes mojadas y techo tan bajo que los acolitos debían agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final.”
El túnel como símbolo viene relacionado como un gran paso. Un cambio, ya sea de la vida a la muerte, o también el cambio que da una persona en su vida, ya sea positivo o negativo; siempre con una luz al final del túnel, siempre conservando la esperanza de que a pesar de que sea malo y temeroso, en este cambio siempre habrá una recompensa, como dice en el cuento, “Boca arriba, a un metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez del techo nacieran las estrellas y se alzara ante el la escalinata incendiada de gritos y danzas, seria el fin.”
También el símbolo de la muerte toma la forma humana como dice en el cuento, “Pero olía a muerte y cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venia hacia él con el cuchillo de piedra en la mano.”

UNA NEGRA

En este poema vemos como la mujer simboliza, la maldad, la mente perversa que

utiliza su cuerpo para conseguir su objetivo, y de paso calmar sus instintos
carnales desenfrenados, como lo dice la primera estrofa del verso.

“una negra por el demonio sacudida
Quiso en un niño triste gustar de nuevos frutos
Y criminales bajo su veste agujereada.
Esta voraz prepara sus trabajos astutos”

También podemos descifrar que la mujer y el demonio, tienen una relación
similar, en cuanto a su manera de conseguir y perseguir lo que se propone.
Muchas personas opinan que el demonio es una mujer; pues ésta aprovecha sus

atributos y encantos para seducir al hombre y llevarlo directo al degolladero, de
esta manera conseguir lo que quiere, y así satisfacer su ego.



PRIMAVERA

Este poema refleja la inocencia de la mujer como símbolo de pureza, frescura, su
armonioso cuerpo lo compara con la frescura del campo y el atardecer primaveral.
Como lo podemos apreciar en el siguiente verso.

“Su adorado cuerpo bello, armonioso
Perfumado, blanco como el blanco Rosa,
Emblanquecido con pura leche, rosado
Como un lirio bajo un cielo púrpura.”

También vemos que la exuberante primavera simboliza pasión y cariño, como lo
dicen los siguientes versos.

“Déjame por entre el herbaje puro
Beber las gotas del rocío
Que humedece a la tierna rosa,…
De modo que el placer, mi cariño
Avive tu rostro
Como el amanecer el azul del cielo.”

Thursday, April 03, 2008

PREGUNTAS GENERADORAS

NUCLEO NUMERO 1: ¿CÓMO APROXIMARSE A LA COMPLEJIDAD SEMÀNTICA DEL SIMBOLO?

1) ¿Cuáles son los principales aportes de la psicología a la construcción semántica del símbolo?

Uno de los principales aportes fueron los estudios realizados por Freud como neurólogo y el doctor Josef Brever, los cuales dedujeron por medio de tratamientos (método hipnótico) a mujeres histéricas donde sus pensamientos que no formaban parte de su conciencia eran relegados causando así los síntomas físicos. Esto permitió a Freud intuir mas sobre las características de aquellos pensamientos específicos los cuales pertenecieron al campo de las experiencias sexuales.
Freud da un nuevo paso en la concepción del inconsciente (método dialectico discursivo) atribuyéndole la energía sexual.
Freud descubre que en el funcionamiento del inconsciente aparecen determinados pensamientos que son relegados de la conciencia, los cuales han tenido una relación con la vida sexual deduciendo entonces que aquellos sentimientos e ideas que iban en contras de la moral eran desalojados, produciendo así una fuerza que Freud llamó represión, de igual manera descubrió que los sueños, las fantasías diurnas, los actos fallidos de la vida cotidiana, el arte, la religión son productos camuflados del inconsciente, teniendo en común la forma de utilizar un lenguaje simbólico para su expresión.
Por otro lado Jung postuló la hipótesis de lo inconsciente colectivo (construcciones culturales) el cual fue corroborada por sus investigaciones comparativas de la psicología de los pueblos y la historia de los mitos, también reafirma su idea de que las producciones mentales de los enfermos no eran un simple constructo simbólico de las reacciones individuales infantiles con sus padres, por el contrario, hablan realidades que agotaban, los cuales ya no tenían ningún indicio y precisamente, por este cambio de sentido que Jung acudió a las construcciones simbólicas de la historia de la humanidad. Como la llamó Jung una “psique objetiva” un abanico de contenidos que es la consecuencia de las experiencias de la historia de todos los seres humanos conocidos atraves de los símbolos que produce la misma psiquis objetiva, a los cuales denominó arquetipos el cual son símbolos de lo inconsciente colectivo, siendo un esquema de conducta innato que se expresa en forma de imágenes.
Jung considera que existen dos formas de pensamiento el primero lo llama pensamiento dirigido, lógico o verbal, este tienen una relación más fuerte con el afuera y se apuntala en la capacidad verbal, en el lenguaje analítico. El otro pensamiento es el sueño o fantaseo, es subjetivo y motivado interiormente, se aparta de la realidad es una sucesión de imágenes, en el cesa el pensamiento verbal. El símbolo formaría parte de este último tipo de pensamiento.
Jung también hace una diferenciación entre signo y símbolo, pues la significación simbólica y la significación semiótica son cosas completamente distintas y que la realidad simbólica es a la vez realidad física.
2) Desde las diferentes corrientes del pensamiento se ha abordado el problema del símbolo. ¿Cuáles son sus aportes más relevantes?

El estructuralismo de Levi Strauss: “ toda cultura puede considerarse como un conjunto de sistemas simbólicos en el que, ante todo, destacan el lenguaje, las reglas matrimoniales, las relaciones económicas, el arte, la ciencia, la religión”.
Ernst Cassier en su texto “Filosofía de las formas simbólicas” sostiene que la ciencia y otras formas del conocimiento del ser humano construye sus objetos y de alguna manera al mundo circundante, como símbolos intelectuales creados libremente… la actividad simbolizadora que se ejerce ante todo en el lenguaje verbal, no sirve para nombrar un mundo ya conocido, sino para producir las propias condiciones de cognoscibilidad de lo que se nombra. El símbolo en este caso, es lo mismo que el signo, ósea, el posibilitador de la cognoscibilidad del mundo.
Julia Kristeva contrapone lo semiótico a lo simbólico, para ella lo semiótico es un conjunto de procesos primarios, descargas energéticas, pulsaciones. Mientras que lo simbólico es el ámbito del lenguaje. Algunas ciencias como la matemática y la lógica, la física, la química han utilizado el termino símbolo para designar aquellas expresiones creadas para dar explicaciones, este símbolo solo tiene un sentido convencional.
Teoría de Peirce: Define como símbolo a todo signo cuya relación con el objeto se basa en una convención. Para Peirce existen varias clases de signos. El icono: el cual se constituye como representarme gracias a una relación con los rasgos propios del objeto, o sea, gracias a su semejanza.
Luego tenemos el índice: se relaciona con su objeto gracias a una cualidad física. Por ultimo tenemos el símbolo: un símbolo es un signo que se refiere al objeto que denota en virtud de una ley, una asociación de ideas generales que operan de modo tal que son la causa de que el símbolo se interprete ha dicho objeto.
Para Mircea Eliade: En su recorrido de sus estudios en las expresiones culturales que han sido dadas a lo sagrado, en esta búsqueda de ese sentimiento que ha marcado al hombre, Eliade se encuentra con un fenómeno capital: el símbolo. Esto puede revelarnos al hombre como tal. Esto significa que el mundo nos “habla” a través de los símbolos, y estos son portadores de una realidad más profunda y más fundamental. Los símbolos son multivalentes, esto quiere decir, tienen la capacidad de significar simultáneamente realidades heterogéneas y articularlas en un mismo sistema y articulan situaciones paradogicas. Todos estos símbolos mágicos-religiosos de los pueblos pre modernos revelan una posición existencial, una conciencia del lugar correspondiente del hombre frente al cosmos y frente a su ser.
3) ¿Cuáles son los aportes de los simbolistas franceses a la literatura?


El filosofo francés Paul Ricoeur: Dice que existe un lenguaje mítico; es decir, un lenguaje que pretende analizar los orígenes de las cosas y del hombre. Para este autor este lenguaje es meramente simbólico, y se manifiesta en lo que el llama “el lenguaje de la confesión” (el pecado) el cual la primer experiencia del hombre seria esta.
La confesión siempre es palabra, ya que es esta la que permite transmitir la emoción, por que sin ellas las emociones no podrían ser llevadas hasta una articulación de sentido y quedarían perdidas como una simple impresión; así el hombre continúa siendo palabra.
Ricoeur postula que todo símbolo autentico lleva consigo una dimensión cósmica, una onírica, y una poética. La cosa cósmica seria la posibilitadora de la expresión de un discurso infinito, de un sentido que es inagotable. La dimensión onírica es el espacio que une la función cósmica y la función psíquica, dando como resultado la dimensión poética en donde nos muestra la actividad del verbo, la expresividad en estado de nacimiento:
Dentro de la estructura del símbolo, Ricoeur dice que los símbolos son signos, ya que es en el ámbito de la palabra en el cual existen como expresiones que vehiculan un sentido. Pero no todos los signos son símbolos, pues en el encontramos una intencionalidad doble, el sentido literal y el sentido directo.
Ricoeur intenta hacer una aproximación a las características semánticas del signo del símbolo.
El signo y el símbolo: el signo siempre aporta una significación y a la vez designa una cosa u objeto. Mientras que el símbolo tiene siempre como base un signo con un sentido primario, literal y manifiesto que por medio de este primer sentido envía y remite a un sentido segundo.
También concibe que el símbolo debido a sus características (cósmicas, oníricas, o poéticas) no se hallan por fuera del lenguaje.
Ricoeur, piensa que la relación significante que existe al interior del símbolo es primordial e indefectible, y no tiene el carácter instituido y arbitrario que encontramos en los signos.




Tuesday, April 01, 2008

La noche boca arriba
[Cuento. Texto completo]
Julio Cortázar
Y salían en ciertas épocas a cazar enemigos;
le llamaban la guerra florida.
A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y él -porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía nombre- montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones.
Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes vitrinas de la calle Central. Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenas demarcadas por setos bajos. Quizá algo distraído, pero corriendo por la derecha como correspondía, se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación de ese día apenas empezado. Tal vez su involuntario relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fáciles. Frenó con el pie y con la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como dormirse de golpe.
Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jóvenes lo estaban sacando de debajo de la moto. Sentía gusto a sal y sangre, le dolía una rodilla y cuando lo alzaron gritó, porque no podía soportar la presión en el brazo derecho. Voces que no parecían pertenecer a las caras suspendidas sobre él, lo alentaban con bromas y seguridades. Su único alivio fue oír la confirmación de que había estado en su derecho al cruzar la esquina. Preguntó por la mujer, tratando de dominar la náusea que le ganaba la garganta. Mientras lo llevaban boca arriba hasta una farmacia próxima, supo que la causante del accidente no tenía más que rasguños en la piernas. "Usté la agarró apenas, pero el golpe le hizo saltar la máquina de costado..."; Opiniones, recuerdos, despacio, éntrenlo de espaldas, así va bien, y alguien con guardapolvo dándole de beber un trago que lo alivió en la penumbra de una pequeña farmacia de barrio.
La ambulancia policial llegó a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla blanda donde pudo tenderse a gusto. Con toda lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio sus señas al policía que lo acompañaba. El brazo casi no le dolía; de una cortadura en la ceja goteaba sangre por toda la cara. Una o dos veces se lamió los labios para beberla. Se sentía bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y nada más. El vigilante le dijo que la motocicleta no parecía muy estropeada. "Natural", dijo él. "Como que me la ligué encima..." Los dos rieron y el vigilante le dio la mano al llegar al hospital y le deseó buena suerte. Ya la náusea volvía poco a poco; mientras lo llevaban en una camilla de ruedas hasta un pabellón del fondo, pasando bajo árboles llenos de pájaros, cerró los ojos y deseó estar dormido o cloroformado. Pero lo tuvieron largo rato en una pieza con olor a hospital, llenando una ficha, quitándole la ropa y vistiéndolo con una camisa grisácea y dura. Le movían cuidadosamente el brazo, sin que le doliera. Las enfermeras bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por las contracciones del estómago se habría sentido muy bien, casi contento.
Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después, con la placa todavía húmeda puesta sobre el pecho como una lápida negra, pasó a la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado, se le acercó y se puso a mirar la radiografía. Manos de mujer le acomodaban la cabeza, sintió que lo pasaban de una camilla a otra. El hombre de blanco se le acercó otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la mano derecha. Le palmeó la mejilla e hizo una seña a alguien parado atrás.
Como sueño era curioso porque estaba lleno de olores y él nunca soñaba olores. Primero un olor a pantano, ya que a la izquierda de la calzada empezaban las marismas, los tembladerales de donde no volvía nadie. Pero el olor cesó, y en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que se movía huyendo de los aztecas. Y todo era tan natural, tenía que huir de los aztecas que andaban a caza de hombre, y su única probabilidad era la de esconderse en lo más denso de la selva, cuidando de no apartarse de la estrecha calzada que sólo ellos, los motecas, conocían.
Lo que más lo torturaba era el olor, como si aun en la absoluta aceptación del sueño algo se revelara contra eso que no era habitual, que hasta entonces no había participado del juego. "Huele a guerra", pensó, tocando instintivamente el puñal de piedra atravesado en su ceñidor de lana tejida. Un sonido inesperado lo hizo agacharse y quedar inmóvil, temblando. Tener miedo no era extraño, en sus sueños abundaba el miedo. Esperó, tapado por las ramas de un arbusto y la noche sin estrellas. Muy lejos, probablemente del otro lado del gran lago, debían estar ardiendo fuegos de vivac; un resplandor rojizo teñía esa parte del cielo. El sonido no se repitió. Había sido como una rama quebrada. Tal vez un animal que escapaba como él del olor a guerra. Se enderezó despacio, venteando. No se oía nada, pero el miedo seguía allí como el olor, ese incienso dulzón de la guerra florida. Había que seguir, llegar al corazón de la selva evitando las ciénagas. A tientas, agachándose a cada instante para tocar el suelo más duro de la calzada, dio algunos pasos. Hubiera querido echar a correr, pero los tembladerales palpitaban a su lado. En el sendero en tinieblas, buscó el rumbo. Entonces sintió una bocanada del olor que más temía, y saltó desesperado hacia adelante.
-Se va a caer de la cama -dijo el enfermo de la cama de al lado-. No brinque tanto, amigazo.
Abrió los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga sala. Mientras trataba de sonreír a su vecino, se despegó casi físicamente de la última visión de la pesadilla. El brazo, enyesado, colgaba de un aparato con pesas y poleas. Sintió sed, como si hubiera estado corriendo kilómetros, pero no querían darle mucha agua, apenas para mojarse los labios y hacer un buche. La fiebre lo iba ganando despacio y hubiera podido dormirse otra vez, pero saboreaba el placer de quedarse despierto, entornados los ojos, escuchando el diálogo de los otros enfermos, respondiendo de cuando en cuando a alguna pregunta. Vio llegar un carrito blanco que pusieron al lado de su cama, una enfermera rubia le frotó con alcohol la cara anterior del muslo, y le clavó una gruesa aguja conectada con un tubo que subía hasta un frasco lleno de líquido opalino. Un médico joven vino con un aparato de metal y cuero que le ajustó al brazo sano para verificar alguna cosa. Caía la noche, y la fiebre lo iba arrastrando blandamente a un estado donde las cosas tenían un relieve como de gemelos de teatro, eran reales y dulces y a la vez ligeramente repugnantes; como estar viendo una película aburrida y pensar que sin embargo en la calle es peor; y quedarse.
Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un trozito de pan, más precioso que todo un banquete, se fue desmigajando poco a poco. El brazo no le dolía nada y solamente en la ceja, donde lo habían suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y rápida. Cuando los ventanales de enfrente viraron a manchas de un azul oscuro, pensó que no iba a ser difícil dormirse. Un poco incómodo, de espaldas, pero al pasarse la lengua por los labios resecos y calientes sintió el sabor del caldo, y suspiró de felicidad, abandonándose.
Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un instante embotadas o confundidas. Comprendía que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque arriba el cielo cruzado de copas de árboles era menos negro que el resto. "La calzada", pensó. "Me salí de la calzada." Sus pies se hundían en un colchón de hojas y barro, y ya no podía dar un paso sin que las ramas de los arbustos le azotaran el torso y las piernas. Jadeante, sabiéndose acorralado a pesar de la oscuridad y el silencio, se agachó para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz del día iba a verla otra vez. Nada podía ayudarlo ahora a encontrarla. La mano que sin saberlo él aferraba el mango del puñal, subió como un escorpión de los pantanos hasta su cuello, donde colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los labios musitó la plegaria del maíz que trae las lunas felices, y la súplica a la Muy Alta, a la dispensadora de los bienes motecas. Pero sentía al mismo tiempo que los tobillos se le estaban hundiendo despacio en el barro, y la espera en la oscuridad del chaparral desconocido se le hacía insoportable. La guerra florida había empezado con la luna y llevaba ya tres días y tres noches. Si conseguía refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzada más allá de la región de las ciénagas, quizá los guerreros no le siguieran el rastro. Pensó en la cantidad de prisioneros que ya habrían hecho. Pero la cantidad no contaba, sino el tiempo sagrado. La caza continuaría hasta que los sacerdotes dieran la señal del regreso. Todo tenía su número y su fin, y él estaba dentro del tiempo sagrado, del otro lado de los cazadores.
Oyó los gritos y se enderezó de un salto, puñal en mano. Como si el cielo se incendiara en el horizonte, vio antorchas moviéndose entre las ramas, muy cerca. El olor a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo le saltó al cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo rodeaban las luces y los gritos alegres. Alcanzó a cortar el aire una o dos veces, y entonces una soga lo atrapó desde atrás.
-Es la fiebre -dijo el de la cama de al lado-. A mí me pasaba igual cuando me operé del duodeno. Tome agua y va a ver que duerme bien.
Al lado de la noche de donde volvía, la penumbra tibia de la sala le pareció deliciosa. Una lámpara violeta velaba en lo alto de la pared del fondo como un ojo protector. Se oía toser, respirar fuerte, a veces un diálogo en voz baja. Todo era grato y seguro, sin acoso, sin... Pero no quería seguir pensando en la pesadilla. Había tantas cosas en qué entretenerse. Se puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que tan cómodamente se lo sostenían en el aire. Le habían puesto una botella de agua mineral en la mesa de noche. Bebió del gollete, golosamente. Distinguía ahora las formas de la sala, las treinta camas, los armarios con vitrinas. Ya no debía tener tanta fiebre, sentía fresca la cara. La ceja le dolía apenas, como un recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel, sacando la moto. ¿Quién hubiera pensado que la cosa iba a acabar así? Trataba de fijar el momento del accidente, y le dio rabia advertir que había ahí como un hueco, un vacío que no alcanzaba a rellenar. Entre el choque y el momento en que lo habían levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera no le dejaba ver nada. Y al mismo tiempo tenía la sensación de que ese hueco, esa nada, había durado una eternidad. No, ni siquiera tiempo, más bien como si en ese hueco él hubiera pasado a través de algo o recorrido distancias inmensas. El choque, el golpe brutal contra el pavimento. De todas maneras al salir del pozo negro había sentido casi un alivio mientras los hombres lo alzaban del suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la contusión en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al día y sentirse sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntaría alguna vez al médico de la oficina. Ahora volvía a ganarlo el sueño, a tirarlo despacio hacia abajo. La almohada era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz violeta de la lámpara en lo alto se iba apagando poco a poco.
Como dormía de espaldas, no lo sorprendió la posición en que volvía a reconocerse, pero en cambio el olor a humedad, a piedra rezumante de filtraciones, le cerró la garganta y lo obligó a comprender. Inútil abrir los ojos y mirar en todas direcciones; lo envolvía una oscuridad absoluta. Quiso enderezarse y sintió las sogas en las muñecas y los tobillos. Estaba estaqueado en el piso, en un suelo de lajas helado y húmedo. El frío le ganaba la espalda desnuda, las piernas. Con el mentón buscó torpemente el contacto con su amuleto, y supo que se lo habían arrancado. Ahora estaba perdido, ninguna plegaria podía salvarlo del final. Lejanamente, como filtrándose entre las piedras del calabozo, oyó los atabales de la fiesta. Lo habían traído al teocalli, estaba en las mazmorras del templo a la espera de su turno.
Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en un quejido. Era él que gritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se defendía con el grito de lo que iba a venir, del final inevitable. Pensó en sus compañeros que llenarían otras mazmorras, y en los que ascendían ya los peldaños del sacrificio. Gritó de nuevo sofocadamente, casi no podía abrir la boca, tenía las mandíbulas agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y se abrieran lentamente, con un esfuerzo interminable. El chirriar de los cerrojos lo sacudió como un látigo. Convulso, retorciéndose, luchó por zafarse de las cuerdas que se le hundían en la carne. Su brazo derecho, el más fuerte, tiraba hasta que el dolor se hizo intolerable y hubo que ceder. Vio abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le llegó antes que la luz. Apenas ceñidos con el taparrabos de la ceremonia, los acólitos de los sacerdotes se le acercaron mirándolo con desprecio. Las luces se reflejaban en los torsos sudados, en el pelo negro lleno de plumas. Cedieron las sogas, y en su lugar lo aferraron manos calientes, duras como el bronce; se sintió alzado, siempre boca arriba, tironeado por los cuatro acólitos que lo llevaban por el pasadizo. Los portadores de antorchas iban adelante, alumbrando vagamente el corredor de paredes mojadas y techo tan bajo que los acólitos debían agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba, a un metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez del techo nacieran las estrellas y se alzara ante él la escalinata incendiada de gritos y danzas, sería el fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olería el aire libre lleno de estrellas, pero todavía no, andaban llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente, y él no quería, pero cómo impedirlo si le habían arrancado el amuleto que era su verdadero corazón, el centro de la vida.
Salió de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra blanda que lo rodeaba. Pensó que debía haber gritado, pero sus vecinos dormían callados. En la mesa de noche, la botella de agua tenía algo de burbuja, de imagen traslúcida contra la sombra azulada de los ventanales. Jadeó buscando el alivio de los pulmones, el olvido de esas imágenes que seguían pegadas a sus párpados. Cada vez que cerraba los ojos las veía formarse instantáneamente, y se enderezaba aterrado pero gozando a la vez del saber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo protegía, que pronto iba a amanecer, con el buen sueño profundo que se tiene a esa hora, sin imágenes, sin nada... Le costaba mantener los ojos abiertos, la modorra era más fuerte que él. Hizo un último esfuerzo, con la mano sana esbozó un gesto hacia la botella de agua; no llegó a tomarla, sus dedos se cerraron en un vacío otra vez negro, y el pasadizo seguía interminable, roca tras roca, con súbitas fulguraciones rojizas, y él boca arriba gimió apagadamente porque el techo iba a acabarse, subía, abriéndose como una boca de sombra, y los acólitos se enderezaban y de la altura una luna menguante le cayó en la cara donde los ojos no querían verla, desesperadamente se cerraban y abrían buscando pasar al otro lado, descubrir de nuevo el cielo raso protector de la sala. Y cada vez que se abrían era la noche y la luna mientras lo subían por la escalinata, ahora con la cabeza colgando hacia abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas columnas de rojo perfumado, y de golpe vio la piedra roja, brillante de sangre que chorreaba, y el vaivén de los pies del sacrificado, que arrastraban para tirarlo rodando por las escalinatas del norte. Con una última esperanza apretó los párpados, gimiendo por despertar. Durante un segundo creyó que lo lograría, porque estaba otra vez inmóvil en la cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero olía a muerte y cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia él con el cuchillo de piedra en la mano. Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas. En la mentira infinita de ese sueño también lo habían alzado del suelo, también alguien se le había acercado con un cuchillo en la mano, a él tendido boca arriba, a él boca arriba con los ojos cerrados entre las hogueras.





Primavera









Tiernamente la joven mujer de cabello rojizo



Conmovida ante tanta inocencia



Le dijo a la rubia muchacha



Estas palabras en suave voz






"Savia que se eleva; flores que se abren



tu juventud es una glorieta



permite a mis dedos vagar por la hierba



donde se estremece el capullo de la rosa






Déjame por entre el herbaje puro



Beber las gotas del rocío



Que humedece a la tierna rosa,..






De modo que el placer, mi cariño



Avive tu rostro



Como el amanecer el azul del cielo






Su adorado cuerpo bello, armonioso



Perfumado, blanco como el blanco



Rosa, emblanquecido con pura leche, rosado



Como un lirio bajo un cielo púrpura






Bellos los muslos, enhiestos los pechos



Tu espalda, hombros, vientre, un banquete



Para los ojos y para las curiosas manos



Para los labios y todos los sentidos






"Pequeña niña, deja ver si tu lecho



tiene aún debajo de la roja cortina



la hermosa almohada que lleva



y las salvajes sábanas. Oh a tu lecho.









PAUL VERLAINE
UNA NEGRA
Una negra por el demonio sacudida
Quiso en un niño triste gustar de nuevos frutos
Y criminales bajo su veste agujereada.
Esta voraz prepara sus trabajos astutos;
Con su vientre compara los airosos pezones
Y allá donde la mano no consigue ascender
Eleva el golpeteo sordo de sus tacones
Como una rara lengua torpe para el placer.
Contra la desnudez miedosa de gacela
Que tiembla, sobre el dorso, como un gran elefante
Enajenada aguarda y se admira y encela
Y ríe con sus dientes ingenuos al infante.
Y entre sus piernas donde su victima se acuesta,
Bajo la crin la negra piel abierta al azar,
La extraña boca su paladar manifiesta
Pálido y rosa como un caracol de mar.
STÉPHANE MALLARMÉ